Editorial del 23 de noviembre de 2020
Un año sin clases presenciales y las clases virtuales a medias. Un año perdido en educación para todos los niveles.
Es un daño difícil de superar. Es verdad nadie esperaba la llegada del COVID y sus consecuencias de una u otra forma la pagamos todos. Algunos con pérdida de trabajos y negocios y los niños y jóvenes con pérdidas de clases que constituye un daño muy grave desde el punto de vista ciudadano.
Nuestra calidad educativa es mala y ahora le sumamos un año sin clases, la defectuosa lectura y comprensión de textos, uno de los tantos vicios que aquejan la formación de nuestros jóvenes, se ahondará sin que se avizore una solución a partir del próximo año.
Los niños ya no recuperan este año, todo se retrasará un año y esto suponiendo que el próximo año las clases comiencen en febrero y las mismas sean presenciales.
Nuestro país no está preparado para clases virtuales. Las señales de internet no son iguales en todos los ámbitos geográficos de la República.
En medio de este daño infligido sobre los estudiantes primarios, secundarios y terciarios es doloroso ver como se trata este tema con indiferencia y la dirigencia política da muestras de su egoísmo al tratar en profundidad temas que no son prioritarios para nadie, como sí sería, abocarse a analizar la situación educativa en todos sus aspectos.
Los jóvenes se atrasarán en su formación volviéndolos aún más vulnerables por el deficiente adiestramiento que reciben en la mayoría de los establecimientos educativos.
No es novedad lo que acá decimos, es un asunto que se viene tratando hace años, sin encontrarse el remedio. Ahora se suma esta pérdida de clases, que ¿Cómo se superará? Solo Dios sabe que camino habrán de tomar quienes conducen la política educativa del país.
Es fundamental que el año próximo, no se trate de recuperar lo perdido sino de hacer lo debido para ese año. De manera que la calidad de la educación sea la que mejore y permita superar el daño que ha causado la falta de asistencia a clases.
