Cada celebración de la Virgen de Caacupé nos enfrenta a fuertes homilías expresadas por los clérigos a quienes les toca celebrar misas conmemorativas, donde se destacan dos fenómenos característicos de nuestro país, muy dolorosos por cierto, que son la pobreza de miles de compatriotas, y por el otro lado la oleada de corrupción que no cesa y quita recursos que pueden ser destinados al desarrollo y la erradicación de cientos de necesidades de la población, pero van a parar a los bolsillos de políticos, dirigentes, empresarios, con total impunidad.
La impunidad en los hechos de corrupción se ha convertido en moneda corriente en esta administración de justicia defectuosa que nos toca sobrellevar.
Esto está en el corazón de la política. Y de esta realidad se desprenden otras realidades que se proyectan sobre la economía y el juego del poder.
Decía Santo Tomás, “el que maneja la necesidad, maneja la libertad”, por eso en los partidos tradicionales siempre hay un sesgo “pobrista” para responder a este mercado.
La política está capturada por la corrupción, que no permite superar los problemas de escasez que viven nuestros compatriotas.
En el índice de Capacidad para Combatir la Corrupción (CCC) Paraguay es unos de los peores calificados, ocupando el 12º lugar de 15 países latinoamericanos analizados. La independencia judicial, La falta de trazabilidad del financiamiento político y los procesos de legislación son duramente cuestionados por los expertos internacionales.
No es otra realidad sino esta la que toman los pastores de la Iglesia y ponen de cara a la realidad en oportunidad de fiestas tan caras al sentir nacional como la recordación de la Virgen de los Milagros de Caacupé.
El llamamiento de la Iglesia tiene como objetivo “despertar” a la ciudadanía para que ella se esmere y los hechos de corrupción no queden impunes. Ardua tarea, pero es con la que nos toca lidiar.