El médico Masoud Pezeshkian se convertirá en el noveno presidente de Irán tras ganar la segunda vuelta de las elecciones. Su elección ha captado la atención por sus promesas de reformas y diálogo con Occidente, pero existen dudas sobre su capacidad para implementarlas. En Irán, el presidente no es la máxima autoridad; ese rol lo ostenta el Líder Supremo, el ayatolá Alí Jamenei, quien tiene el control absoluto del Estado y las fuerzas armadas.
El presidente tiene responsabilidades en la gestión diaria del gobierno, pero sus acciones están supervisadas por el Líder Supremo, el Consejo de Guardianes y el Parlamento. Este consejo, compuesto por clérigos y juristas nombrados por el líder, puede anular leyes y vetar candidaturas políticas.
Pezeshkian ha prometido flexibilizar el control sobre internet y cuestionar la política del velo islámico, pero cualquier reforma significativa enfrenta la oposición del ayatolá Jamenei, quien tiene la última palabra desde 1989. El historial muestra que reformas anteriores han sido bloqueadas por el Consejo de Guardianes y la Justicia.
A pesar de las limitaciones, Pezeshkian podría ser clave en el futuro de Irán, especialmente si participa en la asamblea que elegirá al sucesor del Líder Supremo en caso de su fallecimiento. Sin embargo, sus promesas de cambio están bajo el constante escrutinio del sistema político teocrático establecido en 1979.