La segunda economía mundial enfrenta una desaceleración alarmante que podría tener repercusiones globales. Los últimos datos revelan un panorama sombrío: crecimiento industrial y ventas minoristas en declive, caída en picada del mercado bursátil e inversión inmobiliaria, aumento del desempleo y persistente deflación.
A pesar de la gravedad de la situación, el gobierno chino se muestra reacio a implementar grandes paquetes de estímulo, optando por invertir en manufactura avanzada y crecimiento impulsado por exportaciones. Esta estrategia, sin embargo, choca con crecientes tensiones comerciales con Estados Unidos y Europa.
El sector inmobiliario, otrora motor de la economía china, se desploma, afectando los ahorros familiares y la capacidad de recaudación de los gobiernos locales. La demografía tampoco ayuda, con una población que envejece y una tasa de natalidad en descenso.
El asedio gubernamental al sector privado ha minado la confianza empresarial, tanto nacional como extranjera. Menos de la mitad de las empresas estadounidenses en China se sienten optimistas sobre sus perspectivas a largo plazo.
Mientras tanto, el auge manufacturero chino provoca reacciones adversas a nivel internacional. Estados Unidos y la Unión Europea acusan a China de prácticas comerciales desleales, temiendo que la avalancha de productos chinos perjudique sus industrias y empleos.
Esta desaceleración china no solo amenaza con no alcanzar su objetivo de crecimiento del 5% este año, sino que podría desencadenar una crisis económica de alcance global.
